Juan Pedro Bator
Iruñea

Fallece Juan Álvarez-Cienfuegos, profesor e investigador

El fallecimiento de Juan Álvarez-Cienfuegos a los 66 años en Mieres, su localidad natal, se ha dejado sentir en Pamplona, donde residió a finales de la década de 1970, y Motril, Donostia y Bilbao, lugares en los que desarrolló buena parte de su labor docente en centros públicos de enseñanza media antes de radicarse en Morelia, ciudad mexicana donde ejerció las últimas dos décadas como profesor-investigador en la Facultad de Filosofía de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Juan Álvarez-Cienfuegos.
Juan Álvarez-Cienfuegos.

Excepcionalmente dotado para el trato humano, buen compañero y valioso profesor, se puede decir, sin temor a la exageración, que Juan supo hacer la vida más estimulante a cuantos tuvimos la fortuna de conocerle y quererle, comenzando por su esposa Victoria y sus hermanas Isabel y Ana, a las que estuvo muy unido.

Allá por donde pasó, siempre solícito e ingenioso, dejó muchos amigos y la huella que cabe esperar en quien desde su juventud hizo suya la sentencia de Goethe según la cual «no basta dar pasos que algún día puedan llevar a la meta, sino que cada paso debe ser meta, sin dejar de ser paso».

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia (1977) y doctor por la Universidad del País Vasco (1998) con la tesis ‘Visión ética, jurídica y religiosa del indio en la polémica entre Las Casas y Sepúlveda’, en sus trabajos académicos más recientes abordó temas como la matematización del espacio y del tiempo, la bioética, las nuevas tecnologías, los derechos de los animales y otros, también de actualidad, en los que demostró un notable talento para combinar filosofía, historia, literatura, arte, política y sociología.

Incluso en el último, titulado ‘De las formas de aburrimiento al aburrimiento como resistencia’, Juan Álvarez-Cienfuergos, que llegó a colaborar en Radio Popular de San Sebastián, compartió en un apunte personal a modo de corolario sus dudas al enfrentar el cáncer de pulmón que acabó ayer causándole la muerte en algo más de año y medio.

Tras recordar las frecuentes menciones a la espera existentes en las páginas anteriores, revelaba en ese texto que al verse obligado a renunciar a última hora a un viaje a México por prescripción médica, cayó en la cuenta de que a partir de entonces le tocaba ser el «esperador» y de que su «vida, decisiones y planes» ya no le pertenecían, concluyendo que no le quedaba otra que asumir el dicho popular «mientras dura, vida y dulzura».

Para él, este refrán no sólo desprende un «conocimiento ancestral de la fragilidad humana sino también un saludable espíritu de lucha compartido con la comunidad», el mismo con el que sobrellevó con entereza los embates finales de la enfermedad mientras releía a su admirado Rafael Sánchez-Ferlosio, entre otros autores de cabecera. Y sin concederse otro mérito que no olvidar otro adagio, en este caso mexicano: «El que se enoja, pierde».