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La Iruñea de 1800, una ciudad con 1.632 casas y 29 calles

La Iruñea del año 1800 era una ciudad formada por 1.632 casas, 29 calles, además de callejas, y 14.054 «almas», según detalla el secretario del Ayuntamiento de entonces, Joaquín López, en una descripción de la capital navarra que realizó para ser incluida en un diccionario geográfico-histórico que estaba preparando la Real Academia de Historia.

Plano de la Iruñea de comienzos del siglo XIX.
Plano de la Iruñea de comienzos del siglo XIX.

Este trabajo es recogido íntegramente y con anotaciones propias por el historiador Juan José Martinena en su obra ‘Pamplona en 1800’ y en el mismo, López hace una descripción detallada de la capital navarra del momento.

Así, explica que la mayor parte de las casas están edificadas en ladrillo, aunque algunas tienen el primer piso elaborado en piedra, o incluso toda la fachada, y se encuentran «bien conservadas», de tal manera que «apenas se encuentra alguna ruinosa ni muy deteriorada». Generalmente tenían entre tres y seis pisos, aunque algunas alcanzaban los siete.

En lo que respecta a las calles, el secretario del Ayuntamiento señala que su pavimento es «muy llano y de empedrado bien construido, con lajas de piedra arreglada y con hileras de losas por las aceras para comodidad de los que transitan a pie».

Por el centro de las calles pasaba la cloaca o mina maestra, «de suficiente capacidad y construcción sólida, en la que concurrían «los conductos particulares que tienen todas las casas para derramar las aguas de la limpieza interior de todos los usos domésticos de ellas».

Las calles contaban con rallos, piedras gruesas con diferentes orificios que servían de sumidero del agua de lluvia y que «contribuyen a limpiar las minas, arrastrando todas las inmundicias al río, a donde tienen un descenso precipitado».

Gracias a estas infraestructuras, la Iruñea de 1800 contaba con «un aseo que es poco común en los pueblos», señala López.

Además de su red de saneamiento, la ciudad disponía de alumbrado público por medio de 350 faroles que fueron instalados en agosto de 1799. De encenderlos se encargaban diez faroleros, que cobraban un salario de un real diario.

El paisaje urbano se completaba con tres plazas y otras tantas plazuelas. Entre las primeras se encontraba la plaza del Castillo, cuyo lateral sur estaba ocupado entonces por el monasterio de las carmelitas descalzas. El cenobio sería derruido en 1838 y en el solar resultante se construyó el Teatro Principal y el palacio de Diputación.

La plaza de la Fruta era la actual plaza Consistorial, ya que en ese lugar se celebraba el mercado de frutas verdes y secas. Y en la parte trasera del edificio del Ayuntamiento se encontraba la plaza de Abajo, donde posteriormente se levantaría el mercado de Santo Domingo. En ese lugar también se vendía fruta y verdura, aunque incluyendo carne, pescado y caza, entre otros productos.

Las tres plazuelas a las que hace referencia López en su descripción son las del Consejo, la de San José y la de Santo Domingo.