Pello Guerra
Elkarrizketa
Joseba Asiron
Alcalde de Iruñea

El profesor de Historia del Arte metido a alcalde

Joseba Asiron, rodeado por las fotos oficiales de anteriores alcaldes.
Joseba Asiron, rodeado por las fotos oficiales de anteriores alcaldes.

Convertirse en alcalde de Iruñea ha puesto patas arriba la vida de Joseba Asiron. De profesor de Historia del Arte en la ikastola San Fermín, ha pasado a regir la ciudad con la que se siente tan unido y a la que dedica de doce a trece horas de trabajo diario en detrimento de su faceta como activista y como padre de familia.

Un año después, ¿Asiron sigue siendo el objetivo de la mayoría de los selfies?
No sé cuántos se sacan los demás, pero en mi caso es una auténtica barbaridad. Recientemente estuvimos en el Día de la Almadía de Burgi y lo que más hice fue fotografías, selfies... En cualquier caso, lo llevo bien. Es una cuestión simpática a la que el alcalde se tiene que prestar sí o sí. La suerte nos ha puesto en un punto con mucho foco mediático en un momento trascendental para la historia de Iruñea y hay que llevar estas cosas con naturalidad y deportividad.

¿Y su vida cotidiana, cuánto ha cambiado en este tiempo?
Mucho, mucho. Porque yo me considero un profesor de Historia del Arte que lleva 24 años trabajando en una ikastola, que desempeñaba una labor muy bonita y que me encanta, con un horario muy atractivo, llevadero y que me facilitaba que a partir de las cuatro y media, pudiera desarrollar otras actividades. De ahí viene mi faceta de activista en movimientos sociales como Nabarralde, Nafarroa Bizirik, la plataforma en contra del aparcamiento de la Plaza del Castillo, la Coordinadora de Itoitz... Ahora esta segunda faceta ha quedado totalmente fagocitada por la primera, la de alcalde. Ahora el conjunto del equipo de gobierno estamos sacando adelante jornadas de trabajo de doce-trece horas. Esto hace que lleguemos todos los días a casa tarde y muy bien “amortizados”.

Como profesor que ha entrado en política, ¿cuál es la principal lección que ha sacado de este primer año como alcalde?
Que es un trabajo muy duro, porque si cuando era profesor, nada más salir de clase hubiera tenido unos alumnos o unos padres de estudiantes que me hubieran dicho que lo hago mal, me habría hundido, me habría sentido muy triste. Y en el Ayuntamiento eso es una constante, siempre tienes una oposición que está recordando con justicia o de manera injusta lo mal que lo estás haciendo. Esta es la parte mala. La buena tiene que ver con el ámbito en el que estoy, en la Alcaldía de Pamplona. Para alguien que se siente navarro, vasco y muy de Pamplona, tener la oportunidad de participar en la gestión de la ciudad es un privilegio. La política municipal es el escalón más cercano a la ciudadanía y poder tomar hoy una decisión que mañana ya van a ver en la calle tus conciudadanos y conciudadanas, es un privilegio muy grande y algo irrepetible. Así que igual que me siento castigado por las circunstancias, me siento un privilegiado por ser alcalde.

¿Sigue con sus trabajos históricos o ahora todo su tiempo lo ocupan las permutas y las ordenanzas municipales?
Están en solfa. Y sobre todo hay otra cuestión, porque estas decisiones de entrar en política son decisiones familiares, porque al final, antes, a la tarde era compañero en las labores de casa, profesor particular, transportista para diferentes actividades extraescolares... Y esta presencia también ha desaparecido y hay dos o tres personas que, como se suele decir, se comen el marrón.

¿Se ve intentando revalidar como alcalde en 2019?
Ver venir. Esto desgasta muchísimo y desde luego tengo claro que a futuro, quiero volver a dar mis clases, porque no soy más que un profesor de Historia del Arte que ahora está metido a alcalde y un alcalde que no quiso ser otra cosa que profesor de Historia del Arte. Otra cosa es que eso tenga que ser en 2019. Dependiendo del momento, de cómo vayan las cosas, del nivel de cansancio que tengamos, iré decidiendo. Si tengo fuerzas y si la ciudadanía decide renovar este compromiso, esta confianza que han depositado en nosotros, como decía mi padre, ¿quién es uno para decir que no?