Iñaki Vigor

Un jarro de agua fría sobre el toro para salvar a los corredores del encierro de Iruñea

Los momentos más tensos y peligrosos del encierro se suelen producir cuando el toro se ceba con un corredor y lo zarandea de un lado a otro con sus pitones. Hace un siglo los vecinos de Iruñea recurrían a un remedio casero para ayudar al corredor: arrojar un buen jarro de agua fría sobre la cabeza del morlaco.

Estos mozos se llevaron un buen pozal de agua aunque no les quería empitonar ningún toro. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)
Estos mozos se llevaron un buen pozal de agua aunque no les quería empitonar ningún toro. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

El escritor Félix Urabayen, natural de Ultzurrun, fue el primero en describir los sanfermines en una novela. Lo hizo en su obra ‘El barrio maldito’, que narra las andanzas de un mozo de Arizkun que se traslada a vivir a Iruñea y conoce sus famosas fiestas. Esta novela se editó por primera vez en 1923, es decir, tres años antes de que Ernest Hemingway publicase ‘Fiesta’.

En su libro, Urabayen aporta varias curiosidades en torno a los sanfermines y a las costumbres que tenían los iruindarras hace un siglo. Una de ellas consistía en arrojar agua sobre el toro, desde balcones y ventanas, cuando tenía acorralado a algún corredor del encierro.

Así lo describe el escritor iruindarra en su novela, reeditada por Txalaparta: «Muchos viejos tenían preparada la jarra de agua pronta a caer sobre la cabeza del toro, si algún corredor heroico se encontraba apurado. En algunas casas veíase la puerta entreabierta, brindando asilo a los actores miedosos. La gente apiñada en todo el tránsito no hubiera levantado los ojos ni para ver volar un buey».

Y unos párrafos después, Urabayen aporta más detalles de esa costumbre al describir el lance de un encierro a su paso por la calle Estafeta: «Con frecuencia algún esclavo de blusa y bota, envalentonado por el alcohol, pretendía parlamentar con el toro. Este se adelantaba cortesmente, y el curda, viéndose perdido, echábase al suelo dispuesto a resistir el empuje de la ola que venía detrás. Gritaba la gente angustiada: de los balcones caían jarros de agua sobre la cabeza del bicho que, gracias a este baño providencial, dejaba de cornear el bulto caído a sus pies; pastores y cabestros aceleraban entonces la marcha, arrastrando al toro desmandado, y la celtíbera procesión de ancestral salvajismo saltaba sobre el borracho y desaparecía a todo correr, dejando en la calle un rastro de dinamismo brutal, digno de un aguafuerte de Goya».

En ‘El barrio maldito’ (nombre alusivo a Bozate y los agotes), Félix Urabayen también describe corredores famosos y curiosos de los encierros de hace un siglo, como ‘Arrasate el valeroso’, ’Ezpanta el albañil’, ‘Ilzarbe el soñador’, ‘Izurdiaga el bailarín’ o la pareja formada por Escala y Urtasun, dos mozos que se empeñaron en emular a los picadores y, subido uno sobre el otro, intentaron ‘picar’ a un toro con un junco. Los dos acabaron en el hospital, Escala con una pierna rota y «medio metro de piel acardenalada», y Urtasun con tres costillas fracturadas y «maceración general de los huesos».

A buen seguro que un jarro de agua fría les habría evitado ese doloroso trance.