Iñaki Vigor

Iruña y Roch, dos cafés con sabor decimonónico

A finales del siglo XIX en la capital navarra no existían cafeterías, sino cafés. Dos de ellos todavía conservan ese sabor decimonónico y añejo que atrae tanto a los clientes habituales de la ciudad como a los turistas. Se trata del Café Iruña y del Café Roch, locales legendarios del Casco Histórico que fueron inaugurados en 1888 y 1898, respectivamente. Así pues, este año celebran aniversarios redondos.

La vieja fachada verde del Café Roch muestra la fecha de su fundación: 1898. (FOTOGRAFÍAS: Iñaki VIGOR)
La vieja fachada verde del Café Roch muestra la fecha de su fundación: 1898. (FOTOGRAFÍAS: Iñaki VIGOR)

El Café Iruña, situado en la Plaza del Castillo, fue fundado hace 130 años, concretamente el 6 de julio de 1888, y fue el primero de la ciudad iluminado con luz eléctrica. La iniciativa de abrir este local fue de la sociedad Iruña, constituida en marzo de ese año y formada por un amplio grupo de accionistas.

A pesar del tiempo transcurrido, el Iruña sigue manteniendo ese ambiente pausado y tranquilo en el que se saborea un café sin prisas mientras se disfruta de un libro o de amena conversación. A ello ayuda, sin duda, la amplitud del local y sus decorados en estilo ‘belle epoque’. Sus curiosas columnas sostienen una especie de jardines colgantes; sus mesas de mármol, perfectamente alineadas, se apoyan en patas de hierro forjado en el siglo XIX, y sus viejas lámparas se esfuerzan, en los días cortos del año, por iluminar un salón cuyas paredes tienen el color del café con leche.

Los escudos de unos cuantos municipios navarros pasan casi desapercibidos bajo esa luz tenue, a pesar de que se multiplica tras rebotar en los grandes espejos de sus paredes. Es un café de otra época, pero pocos reparan en esa inscripción dorada que hay bajo el nombre del local para recordarnos su antigüedad: 1888.  

En estos 130 años el Café Iruña ha visto pasar varias generaciones de iruindarras sin alterar prácticamente su fisonomía, salvo aquella etapa en que fue reconvertido en bingo (1977-1998).

Una vez recuperado su encanto, ha vuelto a ser el Iruña de siempre, céntrico y emblemático, lugar de citas para los de aquí y de visita obligada para los de allí. De hecho, la simpática figura de la señora que muestra el menú a los visitantes, junto a la puerta del local, es una de las más fotografiadas por los turistas en toda la ciudad.

Un catalán que arraigó en Euskal Herria
El Café Roch no asoma a la Plaza del Castillo por pocos metros. Se encuentra agazapado en la calle Comedias, aquella donde estuvo situada desde el siglo XVII la Casa de las Comedias. Ese pomposo nombre se usó para designar al típico corral de comedias de la época, convertido en el primer teatro estable de la ciudad.

El Roch es una década más joven que el Iruña, ya que abrió sus puertas el 11 de junio de 1898, y también mucho más humilde, pero no por ello menos encantador. Fue fundado por Eugenio Roch Duquet, un catalán de Tortosa que había sido cornetín en la última Guerra Carlista y que se casó con una mujer del caserío Ubiria de Lesaka antes de trasladarse a la capital navarra a servir café y ron a los iruindarras.

En 1929 Eugenio Roch emigró a América con tres de sus siete hijos, y se quedaron al frente del local los otros cuatro: Pablo, Pascuala, Dominica y Gabino. El café conecta, a través de una puerta interior, con tres pisos superiores que albergaban la cocina, un pequeño salón de juego y una sala de reuniones para mujeres. Esa disimulada puerta sirvió de salvación a muchos jóvenes cuando los ‘grises’ desalojaban a porrazos los bares de Alde Zaharra en tiempos del franquismo y de la transición.

A Pablo Roch, euskaltzale, no le gustaban aquellas arremetidas policiales en su local. A él le gustaba atender la barra con trato amable y bonachón, contar anécdotas y compartir risas. Según decía, él sabía con certeza cuándo iba a llover, porque el pozo artesano del sótano del bar se llenaba con varias horas de antelación. Ese pozo, que todavía existe, servía para abastecerse cuando el agua de Zubitza todavía no había sido canalizada hasta la ciudad.

A Pablo le gustaba entablar conversación con artistas, bohemios y universitarios que frecuentaban el local, mientras iban sacando al mostrador los sabrosos fritos de pimiento, jamón y queso o mejillón que sus hermanas preparaban en el piso de arriba.

Su mezcla de catalán y vasco se reflejaba también en su humor. «¿Sabéis qué es lo único que hacen los españoles con cabeza?», solía preguntar a los clientes de confianza. Cuando ya veía que no acertábamos, nos daba la respuesta con una media sonrisa: «Las cerillas».

En 1984 fallecieron los tres hermanos Roch que todavía vivían, y el local fue adquirido por varios jóvenes que decidieron mantener su mobiliario original: media docena de pesadas mesas de mármol con patas de hierro colado, como las del Iruña; una barra también de mármol, y sillas y taburetes de madera, al igual que un suelo descolorido por el paso y el peso del tiempo.

Este café ha sobrevivido a modas y tendencias de todo tipo, y así va a continuar. Probablemente es el único bar de la ciudad que no tiene aparato de televisión. «Y ni falta que hace. Los clientes que vienen aquí no lo hacen precisamente para ver el fútbol, vienen porque les gusta así», comenta uno de sus dueños.

Al igual que ocurre en el Iruña, a muchos clientes les pasa desapercibida la fecha que figura en su vieja fachada de madera verde, una fecha que nos retrotrae a aquellos tiempos en que las cafeterías todavía no habían llegado a la capital navarra: ‘Café Roch. Fundado en 1898’.