Ramon Sola

Que se vayan

Hay quien cree que lo mejor de Primera es poder jugar contra Barcelona y Madrid. Pienso justo a lo contrario: uno de los mayores beneficios del descenso será poder aprovechar esos cuatro fines de semana para competir realmente, en igualdad de armas y ante equipos con los que se pueda ganar, empatar o perder. La Liga de las Estrellas es en realidad la Liga de los Sparrings. Esta vez los siervos han debido hasta cambiar el césped, ¿cuál será la próxima?

Cristiano Ronaldo, digno sucesor de otros madridistas poco respetuosos con la afición rival.
Cristiano Ronaldo, digno sucesor de otros madridistas poco respetuosos con la afición rival.

Que en cada previa de una visita del Real Madrid al Sadar nos encante recordar las once derrotas merengues en Iruñea igual ilusiona a alguien, pero no cuela. Hoy día Osasuna –o Granada o Leganés o…– no tienen más opción de competir con los dos todopoderosos del fútbol mundial que el 1% –o menos– que corresponde a un alineamiento total de los astros. Revivir aquellos choques de los 80 tiene mucho de épica, pero nada de realidad actual: eran tiempos en que Madrid y Barça tenían solo dos extranjeros, en que los socios de Osasuna podían impedir a un jugador como Martín irse a la Casa Blanca, en que El Sadar se embarraba a conciencia, en que no había repeticiones a cámara superlenta de cada entrada de Mina a Santillana ni tampoco seis «penaldos» por partido, en que a Buyo se le tiraban petardos y a Juanito un cuto con su camiseta… ¿seguimos?

Algunas cosas son producto inevitable de los nuevos tiempos: la tecnología, la seguridad… Otras son culpa de la Liga y su presidente, confeso madridista sin que nadie se escandalice, que han estandarizado las condiciones de juego para poner alfombra verde siempre a los dos grandes. Como todos sospechábamos y Vasiljevic terminó reconociendo el viernes, fue la Liga quien obligó a cambiar el césped de El Sadar justo para este partido, no para el anterior del Málaga (cuando el patatal ya era evidente desde Navidades) ni para el próximo del Villarreal (que ofrecía dos semanas de margen para asentarlo mejor). El episodio es clarificador de un modelo de competición auténticamente feudal.



Otras cosas no cambian; si acaso, degeneran. Aquellos Stielike, Buyo o Míchel tienen hoy sucesores aventajados en Cristiano Ronaldo sacando la lengua al público o en Lucas Vázquez intentando provocar a Graderío Sur tras meter un 1-3 intrascendente, en el último minuto de la basura y ante un equipo al que por presupuesto debían golear: igual se puede ser más chulo todavía, pero más tonto seguro que no. Empate con su compañero Danilo, que pasó el domingo viralizando la foto de su herida en la pierna cuando a un rival le estaban poniendo un clavo entre la tibia y el peroné fracturados (¡ánimo Tano!).

A la espera de que alguien alguna vez haga caso a Manolo Preciado y se presente a estos partidos con los cadetes (si el papel que se nos concede es de sparring, hagámoslo a conciencia), no parece haber más salida que la que Enrique Martín comentaba el sábado en ‘‘El País’’: una superliga europea en que Madrid y Barcelona intenten abusar de los de su nivel y dejen al resto disfrutar en paz. Que se vayan.