Pello Guerra

Un centenar de escudos ennoblecen las fachadas de Iruñea

Aproximadamente un centenar de escudos de armas labrados en piedra engalanan las fachadas de Iruñea como testimonio de una época en la que la nobleza se mostraba en las paredes de los edificios. La mayoría de ellos datan del siglo XVIII, aunque algunos fueron colocados a mediados del XIX, cuando finalizaron las ejecutorias de hidalguía que daban derecho a su uso.

 

El escudo de armas básicamente era un signo externo que distinguía de forma pública y visible la casa de un hidalgo, es decir, de un noble. Su uso estaba regulado por ley, de tal manera que únicamente podían colocar un emblema en la fachada de su hogar aquellas personas que contaban con una sentencia favorable de la Real Corte.

Aunque la costumbre de mostrar las armas de las familias nobles en la fachada de su hogar hundía sus raíces en la Edad Media, esta se disparó entre los años 1770 y 1785. El motivo de este boom lo fundamenta el historiador Juan José Martinena en el hecho de que las familias hidalgas estaban interesadas en acreditar su nobleza para evitar que «sus hijos entrasen en quintas para el reemplazo del Ejército, medida implantada entonces en Navarra».

 


La Real Ordenanza del soberano español Carlos III de 3 de noviembre de 1770 establecía la incorporación obligatoria a filas de los navarros, aunque exceptuando expresamente del alistamiento y sorteo a los hidalgos. A muchas familias esta situación les sorprendió sin haber acreditado documentalmente su nobleza, ya que la consideraban lo suficientemente notoria. Así que se multiplicaron las solicitudes de ejecutorias de hidalguía para evitar el servicio militar, del tal manera que a finales de ese siglo, unas 150 casas de un total de 1.600 con las que contaba Iruñea terminaron luciendo un escudo de armas.

Una parte de ellos se perdieron en la siguiente centuria a causa de la renovación de edificios que vivió la ciudad, ya que los escudos desaparecieron con los inmuebles derruidos. A esta circunstancia se sumó el hecho de que en 1836 se abolieron los privilegios que conllevaba el hecho de ser hidalgo, lo que ya restaba interés a contar con un escudo. Y en el siglo XX, la reforma de algunas fachadas para poner miradores y ampliar escaparates para las tiendas hizo que algunos terminaran siendo guardados en el Museo de Nafarroa.

 


En la actualidad, el mayor número de escudos se concentra en las calles Estafeta, Zapatería, Mayor y San Antón, aunque también se pueden contemplar en las calles Carmen, Mercaderes, Navarrería, Calderería, entre otras, junto a la plaza del Castillo, la plaza del Consejo o el paseo Sarasate.

Como la mayor parte pertenecen al siglo XVIII, sus ornamentos son típicos del estilo rococó y lucen elementos como angelotes alados, fieros leones, cañones, tambores y, por supuesto, los cascos conocidos como celadas.


Algunos de ellos carecen de dibujos, ya que fueron picados para borrar su contenido. Esta práctica es consecuencia de una ley de las Cortes de Iruñea de 1617, por la que se establecía que si una persona que no era hidalga compraba una casa que tuviese escudo de armas, este fuese quitado o borrado en el plazo máximo de un año y un día, bajo pena de multa. Ese ‘borrado’ era muy importante, ya que, según la costumbre navarra, quien mantenía en su casa un escudo de armas aunque no le correspondiese durante un período de cuarenta años, podía adquirir por esa vía el derecho a usarlo legalmente.

 



En ese centenar de escudos que se conservan no faltan los datos curiosos. Así, en el de los Espinal, situado en la calle del Bosquecillo, señala en una inscripción que había sido labrado por Martín de Espinal para «la remisión de sus pecados». En la calle Estafeta, número 41, se encuentra el escudo de Joaquín de Iturbide, cuyo nieto Agustín fue emperador de México entre mayo de 1822 y marzo de 1823.

En el número 2 de la calle Calderería, sobre el dintel de la puerta se conserva un escudo que puede ser el más antiguo que actualmente se puede ver en las calles de Iruñea. Podría corresponder a Esteban de Albret, hermano del rey Juan de Albret.

Aunque en la actualidad la plaza del Castillo es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, en el siglo XVIII no era tan valorada, ya que los nobles que tenían casas en la zona preferían colocar su correspondiente escudo en la fachada que podía dar a la Estafeta o a las calles Comedias o Pozoblanco.