Eneko Astigarraga
Miembro de CCCP y trabajador de Oraintxe
KOLABORAZIOA

Amabiliza que algo queda

Es lo que tienen los eufemismos, que son fáciles de usar porque son convenientes, políticamente correctos, y se abusa de ellos hasta que acaban perdiendo su significado. Así les ha pasado a la sostenibilidad o la movilidad, que eran términos demasiado eufemísticos y su sobreutilización ha acabado desgastándolos y distorsionando su sentido. El calmado del tráfico es otra de esas expresiones aceptables y positivas cuando hablamos de ciudades y sociedades en las que el dominio del coche en nuestras calles es algo más que una mera cuestión de ocupación del espacio, para convertirse en un problema de salud y seguridad vial y ambiental. Ahora le toca el turno a la amabilización.

El uso del coche es agresivo. Quizás es el blindaje que ofrece, que protege y aisla, o igual es el acelerador, que potencia la violencia en su conducción, o las necesidades de espacio para su circulación y sus maniobras o igual es todo eso a la vez. El caso es que es intimidatorio. Y por si eso no fuera suficiente, durante las últimas décadas se ha ido desarrollando todo un sistema para favorecer su uso masivo, que se ha construido a costa de la comodidad, la seguridad y la libertad de todo aquel que no lo utilizara. Así se ha ordenado y priorizado el tráfico, se ha dispuesto del espacio público, se han regulado las velocidades, se han establecido preferencias, se han deslocalizado los centros de interés, se han habilitado facilidades de acceso y de estacionamiento, mientras, paralelamente, se ha discriminado, se ha marginado, se ha condicionado, se ha perjudicado y así, implícitamente y de una manera muy sutil, se han desatendido y desincentivado otros modos de transportarse o de utilizar el espacio público.

Pero no acaba ahí el respaldo sistemático y sistematizado del coche, no. Se nos ha vendido que el coche es el facilitador de nuestra ubicuidad, el garante del progreso y el motor de la economía, el comercio y la industria. No hace falta demostrarlo. Es el axioma sobre el que se ha montado todo este sistema. Basta con enunciarlo. Normalmente lo que hay que demostrar es lo contrario. Aunque estemos tratando de sacar la cabeza del pozo económico, laboral y social en el que nos ha sumido una crisis que ha azotado y sigue azotando a industria, comercio, servicios y, sobre todo, economías domésticas. Aunque los indicadores de salubridad de nuestro entorno estén dándonos continuamente señales de que esto es insostenible. Aunque los datos de los daños asociados al uso indiscriminado del automóvil sigan arrojando cifras inasumibles. El coche debe prevalecer como paradigma.

¿O no? ¿O quizá se puede hacer algo? ¿O hay noticias de que ciudades y administraciones nada cuestionables en nuestro entorno se lo están proponiendo y están actuando en otro sentido? ¿Y por qué lo hacen? ¿Son acaso inconscientes de la temeridad que supone avocar a su ciudadanía a semejante regresión? Nada indica que sea así en Vitoria, San Sebastián, Bilbao o Zaragoza o las menos cercanas y tan poco sospechosas Oslo, Hamburgo, Helsinki, Bruselas, Atenas, Vancouver, Londres, París o Nueva York.

Pamplona ha iniciado su itinerario en este sentido con una serie de actuaciones encaminadas a ir reduciendo la predominancia del coche en algunos enclaves de su territorio, mediante la reordenación del espacio y del tráfico y la limitación de accesos y de velocidades y lo han denominado «amabilización». Igual porque «descochificación» no suene bien o «desautomovilización» suene a desactivación social, pero parece un término acertado por necesario.

Hace falta amabilizar nuestras calles, repensar el modelo de ciudad que hemos heredado fruto de la especulación, la aceleración y el desenfreno y volver a una ciudad de escala humana donde las personas sean las protagonistas, y ahí el coche, su uso y su abuso, es un lastre y una amenaza que nos ha condicionado y nos condiciona demasiado. Pero hace falta amabilizar también las relaciones humanas y las relaciones políticas e institucionales y eso nos va a costar mucho más. No es de recibo que, en los tiempos que corren, muchas personas sigan exhibiendo una prepotencia y una arrogancia desmedidas en su forma de circular e interactuar en el espacio público, pero lo es menos aún que nuestros representantes políticos estén tratando de utilizar la movilidad como arma partidista arrojadiza, sean del gobierno o de la oposición. Sobre cuestiones que afectan de una manera tan evidente a la habitabilidad de nuestras ciudades, debería haber un consenso político y social hace mucho tiempo, más en ciudades como la nuestra que se han quedado retrasadas por la inacción o el reaccionarismo de muchos años de gobierno monocolor inmovilista.

Así pues, bienvenidas sean las propuestas y actuaciones que se encaminen a amabilizar nuestras ciudades, nuestras calles, nuestra manera de relacionarnos en ellas, nuestra manera de vivirlas y nuestra manera de participar en su evolución, sean peatonalizaciones, restricciones del tráfico y del aparcamiento indiscriminado, planes de movilidad sostenible, procesos de participación, ordenanzas de circulación o reconfiguración de avenidas. El tiempo, que es sabio, pondrá las cosas en su sitio, pero si no las empezamos a mover y cuestionar, nos vamos a pensar que son inamovibles e incuestionables.